Ideas tenemos a diario, solo basta con ver la sobresaturación de productos, servicios, procesos, técnicas, herramientas, modelos de negocio y las millones de otras ideas que no lograron ser y se quedaron en el camino.
Las ideas surgen en una conversación, en una servilleta, en la ducha, en un prototipo, en un excel, en un dibujo, en un código y también se quedan en inventarios muertos o en basura para el planeta. Somos una máquina de producción de ideas y de ahí la gran pregunta: ¿la creatividad nace o se hace?
Esta pregunta nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. En la antigüedad la creatividad se le atribuía a lo divino y por ende era concedida, o no, por los dioses. Más adelante con el despertar del Renacimiento, el enfoque cambia radicalmente y la exploración y el cuestionamiento se vive en todas las esferas del conocimiento a través de los grandes pensadores y el interés por el estudio de la mente humana. Se abre entonces el debate sobre la creatividad: “nature versus nurture” (biología o crianza) y los médicos filósofos como Juan Huerta de San Juan se sumergen en dicho debate. Huerta aporta a la reflexión con su texto “Examen de ingenio para las ciencias” publicado en 1575.
En el siglo pasado, hacia la década de los 40´s, surge una rama de la psicología para el estudio de esa característica humana, la psicología de la creatividad, de la cual hablaré más adelante.
En nuestros tiempos y con el boom de la ciencia, la tecnología y la innovación son varios los estudios que se han realizado para responder nuevamente la misma pregunta. Uno de los más sonados en el mundo de la innovación es el estudio que dio origen al libro “El ADN del innovador” de Jeff h. Dyer, Hal Gregersen y Clayton Christensenel, en donde a través de entrevistas y estudios a 500 inventores y a 5.000 ejecutivos en 75 países se aportaron más respuestas sobre la gran pregunta “nature versus nurture”.
El debate aún está vigente y seguirá siéndolo. Ahora además con una variable adicional, los nuevos habitantes de nuestro planeta, la inteligencia artificial. Mientras desciframos cómo integrarlos e integrarnos con esta novedad humana, sigo con mi reflexión particular al respecto. Para mí la fórmula siempre estará en la integración y en la unión de opuestos. No es excluyente. Nuestra creatividad viene con nosotros y además se puede desarrollar, sea por placer o necesidad. En este último sentido recuerdo y les comparto además la frase de Gabriel García Márquez sobre nuestra creatividad colombiana:
“Dos dones naturales nos han ayudado a suplir los vacíos de nuestra condición cultural y social y a buscar nuestra identidad. Uno de ellos es el don de la CREATIVIDAD, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal. Ambos, ayudados por una astucia casi sobrenatural, tan útil para el bien como para el mal, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor,
pero nunca ...INADVERTIDOS”
Hay muchas definiciones al respecto y una de ellas es la de Franc Ponti en su libro La empresa creativa. Allí la define como “la habilidad para generar de manera fácil ideas, alternativas y soluciones a un determinado problema”. Es necesario diferenciar claramente la creatividad de la innovación. La primera se manifiesta en esas miles de ideas o soluciones que aparecen a diario, en la servilleta, en la ducha, en la maqueta o en el código y la innovación es aquella que logra ser algo más, existe de manera tangible o visible de una u otra forma a través de un producto, un servicio, un método, un modelo o un proceso.
Hacia la década de los 40´s, aparece la psicología de la creatividad como una rama de la psicología para entender los comportamientos y características del ser creativo. El pensamiento creativo se refiere al proceso de pensamiento, es decir, al proceso que involucra el funcionamiento de nuestro cerebro para procesar la información que le llega. Integrar la parte más lógica y lineal con las otras partes menos “organizadas”, más intuitivas, más sensibles, más sensoriales, y que, como resultado, generan imágenes, palabras, sensaciones, es decir ideas que en ocasiones no son siempre tan claras.
Se plantean diferentes formas de pensamiento.
A menudo cuentan con rasgos, hábitos, actitudes que facilitan que las ideas que generan sean distintas, originales, novedosas, retadoras del status quo. Ellas no tragan entero, tienen por ende una actitud y pensamiento crítico el cual se alimenta por otra característica clave: la curiosidad. Por otro lado, son capaces de no dejar de lado su “niño” interior pues éste les ayuda a observar sin juicios, ni supuestos, pensar en imposibles, soñar y crear. Las personas creativas disfrutan del proceso sin importar el resultado, se atreven sin medir los riesgos, experimentan una y otra vez, combinan materiales y cosas sin seguir reglas y también abandonan fácil una idea sin mucho o ningún dolor o resistencia.
Es aquel que sucede en nuestro cerebro y cuyo resultado nos genera visualizaciones, ideas, reacciones. La primera parte del proceso es la exploración. Frente a un reto, un problema, una necesidad y/o una información que llega empezamos a explorar para encontrar la solución, la satisfacción. Usamos en ese momento los recursos más entrenados de nuestro cerebro o los más comunes: la lógica y el pensamiento lineal.
Puede que en esta etapa surjan ideas pero no suelen ser las más originales. Esta etapa es fundamental pues para los retos diarios es indispensable tener soluciones rápidamente. La segunda etapa es la sobreexploración, es aquella que inicia nuestro cerebro cuando las soluciones de la primera etapa no nos convencen o simplemente no aparecen. Ahí empezamos a usar otros recursos menos utilizados o hacemos un esfuerzo adicional para buscar otros lugares, otros caminos. Aquí también aparecen ideas y soluciones. Sin embargo, cuando ni el primer paso ni el segundo resulta, aparece el “pánico”, el “imposible”, el “me rindo”, el “no pude con esto”. La frustración y las sensaciones incomodas en nuestro cuerpo surgen con la etiqueta de no ser creativos. En ese momento estamos atravesando la tercera etapa del proceso creativo, el bloqueo.
Justo en ese momento nuestros recursos internos, al menos los que siempre usamos, nos dicen no podemos. Es ahí que de manera inconscientemente y como parte de la magia escondida en nuestra mente, se despiertan y activan otros recursos, otras partes de nuestro cerebro no tan entrenadas o usadas, que originan nuevas sinapsis entre las neuronas, caminos nuevos que permiten la creación de algo nuevo.
Ojo, cuando estés resolviendo un reto, que provenga de una necesidad o deseo de alguien, revisa que el valor de tu solución realmente le haga clic.
Loris Malaguzzi, resume magistralmente el origen de las muchas barreras a la creatividad en su propuesta de los 100 lenguajes. “El niño está hecho de cien”. El niño tiene cien lenguajes, cien pensamientos, cien maneras de pensar, de jugar y de hablar, cien siempre cien, cien maneras de escuchar, de sorprenderse, de amar, cien alegrías para cantar y entender, cien mundos que descubrir, cien mundos que inventar, cien mundos que soñar. El niño tiene cien lenguajes (y además de cien, cien y cien) pero le roban noventa y nueve.
La escuela y la cultura le separan la cabeza del cuerpo. Le dicen que piense sin manos, que escuche y no hable, que entienda sin alegría, que ame y se sorprenda solo en Pascua y en Navidad. Le dicen que descubra el mundo que ya existe y de cien le roban noventa y nueve. Le dicen que el juego y el trabajo, la realidad y la fantasía, la ciencia y la imaginación, el cielo y la tierra, la razón y el sueño, son cosas que no van juntas y le dicen que el cien no existe. Sin embargo el niño dice: “en cambio el cien si existe”
El reto organizacional radica en crear culturas de innovación donde los líderes o “padres” organizacionales faciliten los mecanismos, las prácticas, los hábitos y el ejemplo para incentivar, entre muchas otras cosas, la creatividad y redescubrirla.